viernes, 18 de noviembre de 2016

SUVENIR EN UN FRASCO
Por: Vanessa Neira



En  una noche fría, de las últimas que quedaban de vacaciones, salí con mi mamá, quien por ser mi cumpleaños me regaló una golosina verde con puntos azules y me llevó a la plaza a comprar un pobre gorrión de colores. Allí encontramos un gorrión con el mismo patrón de mi golosina y aunque al inicio no sentía entusiasmo por tener uno, cuando lo vi decidí traerlo con nosotros a casa.
Casualmente me encontré a Penélope, la niña que me gustaba. Ella me regaló una tarta pequeña con once cerezas, una por cada año cumplido. Luego de agradecerle, le dije -“Vamos al árbol de la colina”. Su forma de asentir fue empezar a correr.  Cuando llegamos a la colina, le enseñé el gorrión que había estado escondiendo debajo de mi gorra. “Pobrecillo” me dijo ella “vivirá encerrado en tu casa”, se le nublaron los ojos de lágrimas y me conmovió, así que le propuse liberarlo ahí mismo. El gorrión apenas caminaba, y ya que estaba débil y no podía volar, decidimos alimentarlo hasta que mejorara. Esa noche, apenas le pudimos ofrecer de la tarta de Penélope, no comió más que medio bocado y una de las cerezas. En mi gorra pusimos pasto y unas ramas que recogí del árbol, improvisamos un nido y me trepé para ubicarlo en una rama estable. Por esa noche volvimos a la casa pero al día siguiente volvimos con maíz y arroz.
Por el tamaño del pico le partimos el maíz en pedacitos con nuestros dientes, cada día comía más y más, notábamos que crecía, quizás demasiado rápido. Sus plumas fueron destiñendo, tornándose de color café, pronto el gorrión se sintió pesado y no cabía en mis manos. No estaba gordo, sino que su cuerpo estaba tomando más forma de ave. Pasaron 3 semanas o quizás más. Nosotros volvimos a la escuela y lo visitábamos por las tardes.
Una de esas tardes que volvíamos de la escuela a visitarlo, no lo encontramos en su nido ni en los alrededores. Pensamos que estaría explorando, así que volvimos al día siguiente y luego al siguiente y no lo encontramos más. Nos resignamos y pensamos en que quizás logró volar y estaría viajando por todo el mundo.

Siempre que cumplo años voy al árbol de la colina con Penélope, quien es hoy mi esposa. Hacemos un picnic y recordamos los viejos tiempos. Curiosamente Cada año en ese día, hay al pie del árbol arroz y maíz picoteado. Me pregunto si serán algún tipo de suvenir. Realmente es duro de masticar, así que los recojo y los guardo en un frasco de vidrio con una etiqueta con su nombre: “Riot.”

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